editorial/ la jornada/ 11 mayo 2015
El lamentable episodio de los 31 niños del municipio chiapaneco de Simojovel que enfermaron, al parecer, como resultado de una reacción adversa provocada por la vacuna triple de tuberculosis, rotavirus y hepatitis B, administrada por el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), dejó un saldo de dos menores fallecidos y ayer 29 se encontraban aún hospitalizados, seis de ellos en estado grave.
Los detalles precisos de este doloroso suceso no han sido plenamente esclarecidos y, así como resulta obligado determinar el factor preciso que afectó la salud de los niños –que pudo ser desde un compuesto inyectable contaminado o degradado hasta algún elemento situado en jeringas y algodones–, es también indispensable deslindar las responsabilidades administrativas y/o penales que pudieron concurrir en un descuido tan injustificable como catastrófico, independientemente de que correspondan a individuos situados en la estructura del IMSS, en la de sus proveedores o a laboratorios fabricantes de la vacuna.
En segundo lugar, la institución involucrada en el caso debe ofrecer sin regateos toda la atención que el caso amerita a los familiares de los enfermos y de los fallecidos. Asimismo, es obligada la adopción de medidas y sistemas de verificación y control que impidan la repetición de este hecho inadmisible y triste.
Pero más allá de los fallecidos y del sufrimiento de los menores enfermos y de sus progenitores, lo ocurrido en Chiapas puede desencadenar una situación catastrófica para la salud de la población y para el funcionamiento del conjunto de instituciones de salud en el país: el fortalecimiento y la difusión de creencias erróneas sobre una supuesta letalidad de las vacunas en general.
Tales ideas equivocadas, que lo mismo se encuentran presentes en sectores marginados que en grupos de la clase media, son casi tan antiguas como las inmunizaciones mismas y cada cierto tiempo cobran fuerza en diversas regiones del mundo. En épocas recientes han tomado fuerza rumores sin fundamento, según los cuales las vacunas del virus del papiloma humano (VPH) y del virus de gripe de la variedad H1N1 son causantes de casos de meningitis e incluso de fallecimientos.
Estas consejas, que suelen abrevar en las expresiones más alarmistas de las redes sociales y en páginas electrónicas y sitios web de pretendida seriedad científica, pero que en realidad son promotores del sensacionalismo, se han sumado a la tradicional postura antivacuna de ciertos grupos evangélicos que consideran pecado introducir elementos extraños al caudal sanguíneo de las personas. El resultado es una renuencia creciente de muchos a vacunarse o a permitir que sus hijos sean vacunados, y el resurgimiento en Estados Unidos y Europa de enfermedades que ya habían sido erradicadas, como el sarampión.
Con estos antecedentes en mente, la lamentable tragedia ocurrida en Simojovel, que no es indicativa de la peligrosidad de las inmunizaciones, sino de un descuido o de un accidente en su manejo o aplicación, podría utilizarse como
ejemplo contundentede que las vacunas
matany como instrumento de descrédito para frenar las campañas de vacunación.
Sería recomendable, en consecuencia, que el sector salud reforzara sus tareas de información, difusión y educación de la población en materia de vacunas, a fin de despejar las supersticiones y las dudas acerca de qué son las vacunas, cómo actúan y de qué manera han permitido convertir en curables dolencias que antes resultaban mortales o incurables, y cómo han contribuido a mejorar las condiciones de salud de la humanidad en su conjunto.
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