Arturo Jiménez
Periódico La Jornada
Martes 17 de septiembre de 2013, p. 12
Durante los breves minutos que dura el ritual nacionalista del Grito, el presidente Enrique Peña Nieto pudo escuchar a unos cuantos metros del balcón central de Palacio Nacional, desde primera fila, las expresiones de apoyo ‘‘¡Peña, Peña!’’ de cientos de simpatizantes traídos del estado de México. Pero también debió oír, aunque más al fondo de la plaza, rechiflas y abucheos, por momentos ahogados entre consignas, cornetas, silbatos, música grabada y juegos pirotécnicos.
A las 11 de la noche, sobre el Zócalo cae una llovizna que terminará hasta concluida la ceremonia, encabezada por primera vez por el presidente Peña. El paisaje es diferente del Zócalo de carpas de plástico de los miles de maestros disidentes que estuvieron en plantón ahí durante tres semanas o de la plaza desolada y desalojada el pasado viernes por la Policía Federal.
El mandatario, con la bandera en la mano izquierda, sale al balcón central acompañado por su esposa, Angélica Rivera. Ella lo espera unos pasos atrás mientras él, con la mano derecha, toma la cuerda del badajo y hace tañer la campana de Dolores. Siempre con un gesto adusto, lee de un atril los ‘‘vivas’’ a México, a la ‘‘Independencia nacional’’ y a los ‘‘héroes que nos dieron patria y libertad’’. Con el elevado volumen de una grabación de campanas de fondo, ondea el lábaro patrio y luego sale de escena.
Los gritos de ‘‘¡Neza, Neza!’’, los inflables con palabras como ‘‘Tultitlán’’ o unplotter con la leyenda ‘‘Chicolo’’ (apócope de Chicoloapan) dan cuenta de la procedencia de los simpatizantes peñistas. Y a pregunta expresa varios responden: ‘‘Cuatitlán Izcalli’’, ‘‘Nicolás Romero’’. O como dos señoras humildes y sonrientes, con una niña de tres años: ‘‘Zumpango’’. ¿Quién las trajo? ‘‘El PRI’’.
En calles como Donceles, Justo Sierra, Brasil o Cuba hay más de 50 camiones estacionados. Muchos traen letreros de ‘‘Ecatepec’’, ‘‘Izcalli’’ u otros lugares, pero todos muestran una cartulina que consigna: ‘‘Acceso vehicular’’, y en letras más pequeñas: ‘‘México. Gobierno de la República’’.
El ritual del Grito y su festejo se han desgastado en los años recientes, pues se ajustaron los controles de ingreso, se restringió la circulación de asistentes por la plaza mediante vallas y se desarticuló la verbena popular. Y tras el derroche y controversia del Grito bicentenario de 2010, encabezado por Felipe Calderón, en 2011 vendría su peor momento, con la ausencia de festejantes.
Pero este domingo 15, la arenga independentista parece tomar nuevo vuelo, pues la policía capitalina reportará el ingreso al Zócalo de unas 70 mil personas que no copan la plaza. Todos los asistentes deben pasar por tres o cuatro revisiones, realizadas en calles como 20 de Noviembre, 16 de Septiembre, Madero, 5 de Mayo o Tacuba.
A la suma de esos miles de asistentes contribuyen cientos de policías federales que vigilan a todos. La presencia del Estado Mayor Presidencial se concentra en torno a palacio. También hay grupos de soldados, quienes custodian las gradas vacías que se usarán para el desfile del lunes 16. La policía capitalina cuida los alrededores.
‘‘Venimos a ver a Juan Gabriel’’, dice una señora de la colonia Alamos, cuando en el escenario se presentan Los Ángeles Azules, reproducidos en pantallas gigantes. El divo de (Ciudad) Juárez cantaría unas dos horas, pero no lograría romper el ánimo atemperado de la mayoría, ni cuando deseó ‘‘¡larga vida a México!’’
La única zona restringida es la franja a lo largo de Palacio Nacional, destinada para los traídos desde varios municipios del estado de México, quienes arriban entre las 3 y las 6 de la tarde.
Ellos son ingresados a la primera fila del Zócalo por la calle de Moneda. Aparte de playeras, impermeables rojos, alimentos, bebidas, ‘‘sombreros mexicanos’’ y 300 pesos, les dan cornetas y silbatos ‘‘para hacer mucho ruido’’, dicen.
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