Martín Esparza
8 de julio de 2012
Primera parte:
En el próximo sexenio, el futuro económico del país dependerá en gran medida de los cambios y las rectificaciones que se operen en el sector energético; durante sus campañas, los candidatos de los partidos Revolucionario Institucional (PRI) Verde Ecologista de México, Acción Nacional (PAN) y Nueva Alianza se manifestaron por abrir las puertas del sector petrolero a la inversión privada como una forma de reactivarlo, encubriendo con tal propósito su gradual privatización, como ya ocurre con el sector eléctrico. En la presente serie haremos un diagnóstico del estado que guardan estas áreas estratégicas para nuestro desarrollo económico y las alternativas reales para su fortalecimiento sin menoscabo de nuestra soberanía nacional.
Pemex y su equivocado modelo de gestión
Mientras en el mundo los países productores de petróleo han optado por conceder a sus reservas un valor geopolítico de primer orden, al grado de que sus gobiernos las ubican en el rango estratégico de su seguridad nacional, enfilando la política de sus empresas petroleras al modelo integral de gestión que les permita un mayor control de las mismas, en México políticos de partidos como el PAN y el PRI insisten no sólo en conservar sino alentar el modelo atomizado de gestión, impuesto a Petróleos Mexicanos (Pemex) en 1989, durante el gobierno de Carlos Salinas, y que al dividir a la empresa en cuatro firmas subsidiarias provocó en dos décadas la quiebra técnica de la empresa sobre la que descansan los mayores ingresos fiscales del país y buena parte de la supervivencia de nuestra economía.
El modelo atomizado de gestión fue adoptado por numerosas naciones en la década de 1980, cuando se pensaba, de acuerdo con las tendencias globalizadoras, que era benéfica la fragmentación de las grandes empresas productivas; dicho esquema alentaba sobre todo la asociación público-privada como justificante a la total privatización de diversas áreas.
El gobierno de Salinas cometió una grave irresponsabilidad al dejar de considerar como prioritarias para Pemex la refinación y la petroquímica, esta última es la rama que mayor valor agregado obtiene de los hidrocarburos. La mayor atención se centró en la producción de crudo. Los resultados, al paso del tiempo, fueron desastrosos, pues nuestro país terminó incrementando su cuota de importaciones de gasolinas y petroquímicos, infiriendo una costosa descompensación en nuestra balanza de pagos.
Analistas y expertos en la materia, entre ellos los asignados por la Auditoría Superior de la Federación a la evaluación del sector energético en el estudio de la Cuenta Pública de 2009, coinciden en señalar que la adopción del modelo atomizado consolidó el papel de Pemex “como una fuente de ingreso primario del gobierno”, dejando de considerar a la paraestatal “como una empresa de Estado”. ¿Cuáles fueron las consecuencias? Que por más de dos décadas se debilitó el potencial productivo y tecnológico de la empresa, arrastrándola a su inevitable descapitalización.
No hay que pasar por alto que Pemex se fragmentó en “cuatro empresas subsidiarias independientes”, con la intención, al menos en teoría, de lograr una mayor eficiencia en cada una de las áreas. Empero, y como lo destacan los expertos, dicha medida “no tuvo un carácter estratégico con una visión de largo plazo”. Por lo que la división terminó por generar duplicidad de funciones e incrementar la complejidad administrativa, aumentando sus propios costos de operación al elevar el número de funcionaros en su alta burocracia.
El modelo de atomización originó dos escenarios adversos, según han concluido los estudiosos de la debacle de Pemex.
Primero, “los precios de transferencia introducidos privilegiaron sesgos ineficientes en la asignación de recursos. Se encarecieron los precios a los que una subsidiaria adquiere materia prima de la otra, haciendo inviables varios procesos industriales; se cuestionó, por ejemplo, la viabilidad de las refinadoras sin pensar en el valor agregado como un todo. De ahí la parálisis, por siete años, en el rendimiento productivo de las mismas”.
Segundo, “la política de precios adoptada en forma segregada por las filiales de Pemex se orientó preponderantemente a la eficiencia micro, buscando maximizar el ingreso fiscal de corto plazo, y las tasas de retorno de cada subsidiaria independiente, sin considerar la eficiencia estratégica, que se orienta a maximizar en el mediano y largo plazo el valor agregado de la industria, como lo hacen las grandes empresas petroleras de otros países sin importar si son privadas o públicas”.
Podemos comprender entonces por qué resulta paradójico que mientras en el mundo las tendencias internacionales indican que en las empresas petroleras tanto gubernamentales (Rusia) como privadas (Estados Unidos) vuelven al modelo de gestión integral, en México se insista en mantener el modelo atomizado en Pemex, y peor todavía, se piense en abrir las puertas al capital privado, tanto nacional como extranjero, en una silenciosa ruta de privatización.
Es necesario decirle al país entero que el modelo impuesto a la paraestatal por el priísta Carlos Salinas, y reafirmado por los gobiernos de los panistas Vicente Fox y Felipe Calderón, ha hecho que en la parte financiera Pemex esté en el escenario de dos inverosímiles contrapuntos: por un lado aparece como una industria con ventas crecientes, principalmente de exportaciones de petróleo crudo con márgenes operativos a la baja (aunque muy superiores a muchas empresas petroleras del mundo), lo que le hace tener una rentabilidad operativa de cinco puntos del producto interno bruto; pero del otro lado de la moneda, y luego de más de dos décadas de erradas estrategias oficiales para su funcionamiento, los expertos afirman que se encuentra en una “quiebra técnica”, pues el gobierno federal le extrae por cobro de impuestos y derechos el 128 por ciento de su rendimiento de operación, generando la acumulación cada vez mayor de pasivos y pérdidas netas recurrentes. Esta situación adversa no se presenta en ninguna empresa petrolera del mundo.
No obstante todo lo anterior, en el escenario de las calamidades, los trasnochados políticos neoliberales del PAN y del PRI, se obstinan en no volver la vista a lo que está sucediendo en los grandes países productores de petróleo, como Rusia, Arabia Saudita, Venezuela y China, donde se ha reorientado la aplicación del modelo integral añadiendo a su papel tradicional como productores de crudo los procesos de refinación y petroquímica.
En 2008, el gobierno de Felipe Calderón anunció la creación de una nueva refinería en el estado de Hidalgo. Su gobierno concluirá en unos meses y el proyecto sigue en el terreno de los buenos deseos, pues es claro que para su partido, el reorientar la conducción de Pemex para fortalecerla como una empresa propiedad de la nación no es un asunto prioritario, como tampoco lo es para los priístas que con Carlos Salinas le impusieron hace más de dos décadas su equívoco modelo atomizado de gestión, que hoy debe eliminarse del esquema de la paraestatal si se desea salvarla del colapso.
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