lunes, 20 de agosto de 2012

Volver a la realidad


Gustavo Esteva | la jornada Opinión
En unos días más terminará la ilusión de que los mexicanos podemos elegir presidente. El Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF) ratificará que un pequeño grupo lo hace por nosotros, antes, durante y después de la jornada electoral.
Es útil recordar cómo se forjó esa ilusión. Por más de medio siglo tuvimos la “democracia” más eficiente del mundo: conocíamos el resultado de la elección mucho antes de la jornada electoral. Todos sabíamos que el destape, la verdadera elección, era decisión de unos cuantos; poco teníamos que ver con ella.

En 1988 pareció posible que interviniéramos. Intervinimos. Se operó un fraude burdo. La caída del sistema disimuló lo que se hacía tras bambalinas: cada gobernador inventó votos hasta cumplir la cuota que hizo falta para entronizar a Salinas.

Para 2000 las ilusiones se habían agotado. Unas semanas antes de la jornada una encuesta reveló que sólo 25 por ciento de los electores querían que ganara el PRI, pero 60 por ciento esperaban ese resultado: pensaban que una vez más haría fraude. Su derrota tomó a todo mundo por sorpresa y nutrió nuevamente la ilusión. Se extendió la fantasía de que finalmente los mexicanos podían determinar el resultado de las elecciones y se anunció una transición que nunca llegó.

En 2006 la ilusión tomó vuelo. Existían dispositivos que impedían fraudes como el de 1988 y los órganos electorales habían adquirido cierto prestigio. Muchos se la creyeron. Pero quedó demostrado que aún era posible operar fraudes, así fuese en el margen, y que también el PAN, con ayuda del PRI, podía hacerlos. La correlación de fuerzas y las transas habituales impidieron limpiar la elección.

En 2012 se forjó de nuevo la fantasía. Se pensó que los cambios legales y la organización permitirían garantizar un ejercicio auténtico: sería la elección más observada y vigilada de la historia. Desde todos los puntos del espectro ideológico se alimentó cuidadosamente la ilusión. Ni Sicilia, que anticipó las elecciones de la ignominia, ni el YoSoy#132, que se rebeló contra la imposición y la manipulación de los medios, lograron debilitar la fantasía. Millones creyeron que su apuesta estadística definiría el resultado.

En unos cuantos días caerán los últimos velos de esta ilusión. Está a la vista de todos lo ocurrido. Consciente de que no podría hacer muchas tropelías el día de la elección, el PRI concentró el empeño en el proceso anterior. Además de confabularse con los medios, especialmente la televisión, modernizó los procedimientos de negociación y control del voto a partir del cónclave de gobernadores, que recibieron instrucciones semejantes a las de 1988.

Para millones de mexicanos, las elecciones constituyeron por 70 años una mera oportunidad de negociación. Sabían que no elegían a los gobernantes. Pero aprovechaban la coyuntura electoral para conseguir ventajas colectivas. El paquete que se negociaba, agua potable, una pavimentación, un puente o lo que fuera, incluía también despensas, láminas y otros bienes. El PRI no ha dejado de usar ese procedimiento, que a menudo se combina con intimidaciones y amenazas. Esta vez, además, empleó masivamente la entrega directa de dinero a través de plásticos, una mera modernización de su estilo.

Se intensifica ya la campaña para ocultar la desnudez del emperador. El PRI y los medios repetirán incansablemente que los mexicanos eligieron limpiamente al Peña. Se discutirá ampliamente lo que significa la restauración del PRI, para ocultar que el aparato así llamado murió en 2000. Usa ahora esa franquicia una peligrosa coalición de mafias, la cual se ajusta mejor a la condición actual del Estado, en que altos funcionarios son actores principales, e incluso líderes, de empresas criminales y en que la defensa y promoción de esas empresas, que no son sólo de drogas, se convierten en prioridades oficiales. Se multiplicarán esas campañas y las supuestamente realistas que plantearán concentrar el esfuerzo en presiones públicas y negociaciones para que no se realicen las famosas reformas estructurales ni se cumplan otras amenazas del Peña.

En realidad, no hay forma de dar marcha atrás. Fracasarán todas las campañas. Pero la conciencia cabal del estado de cosas, que es ya sumamente general, es arma de dos filos. Puede llevar a la aceptación resignada del despotismo reinante, tan evidente ahora, y convertirse en caldo de cultivo de las peores formas de autoritarismo. O bien, y esto es lo que parece estar brotando de las entrañas de la indignación general, puede convertirse en la convicción de que ha llegado la hora del cambio de régimen. Apelaremos de nuevo al derecho constitucional del pueblo mexicano de cambiar su régimen de gobierno. En vez de seguir discutiendo qué hacer, examinaremos el cómo. Y lo haremos.

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