editorial la jornada
A la falta de explicaciones consistentes sobre las condiciones en que se firmó el contrato –prácticamente en secreto y sin proceso de licitación pública de por medio– se suman las colisiones declarativas en torno a su naturaleza y contenido: las afirmaciones del director de la paraestatal, Juan José Suárez Coppel, de que el documento no fue suscrito por Pemex, sino por su filial internacional PMI; que contiene
cláusulas suspensivas, y que todavía debe ser examinado por el consejo de administración de la paraestatal, contrastan con la versiones difundidas desde la semana pasada por autoridades de la Xunta de Galicia (gobierno autonómico), que afirman que los contratos son
plenamente válidosy vigentes.
Un precedente ineludible es la fallida adquisición de acciones de Repsol por Pemex ocurrida el año pasado, operación que se saldó con pérdidas para la paraestatal; que colocó a ésta en medio de una disputa entre dos bandos corporativos dentro de la petrolera ibérica, y que se realizó, según información oficial, a través de la misma filial internacional empleada ahora para suscribir la operación de los llamados hoteles flotantes.
Ante el cúmulo de dudas que persisten en torno a la construcción de tales plataformas habitacionales, lo procedente es que las autoridades pongan un alto a la opacidad con que se han conducido y transparenten plenamente éste y otros casos de presumibles manejos inadecuados de la paraestatal. La discrecionalidad en estos asuntos puede resultar muy costosa, como quedó de manifiesto con la aventura corporativa de Pemex en Repsol, y no sólo en términos de pérdidas económicas, sino también en desgaste de la credibilidad de la administración pública en su conjunto.
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