miércoles, 1 de diciembre de 2010

LOS SALDOS DEL SEXENIO

Interés Público
ecos de la costa

Al aproximarse al cuarto aniversario de su polémica toma de posesión (recuérdese que tuvo que jurar la Constitución contra la gritería de la oposición lopezobradorista, tras haber entrado a la Cámara de Diputados por una puerta trasera, bajo el cobijo de los legisladores del PRI), Calderón Hinojosa puede dar buenas cuentas con relación a la guerra contra el narco.
Es tal el grado de insubordinación de estos poderes fácticos que, de no haber enfrentado al Estado, sólo cabe imaginar en qué situación estaríamos ahora los mexicanos, a merced de los cárteles del narcotráfico y de los grupos criminales que explotan otros negocios ilícitos.
    Sin embargo, la administración Calderón tendrá que enfrentar el juicio de la historia por su política antisindical. Con la consigna de acabar con todo aquel movimiento laboral que no se someta a los controles corporativos que tan bien sirvieron al partido de Estado, el gobierno federal sigue topando contra la dura realidad de un sindicato, como el de Electricistas de México o el de los empleados de la línea aérea Mexicana, que han demostrado tener la razón moral de su lado.
    La memoria sindical será severa con el presidente Calderón, quien dejó actuar a su secretario del Trabajo de acuerdo a la consigna del modelo neoliberal, un esquema celoso de aquellos contratos colectivos que trasladaban los beneficios del patrón al trabajador.
    Javier Lozano Alarcón llegó al cargo convencido de que había llegado la hora de revertir las conquistas de la clase obrera, la misma que durante décadas hizo suyas las promesas de las democracias occidentales de un Estado de bienestar. Con el argumento que de no abatir los salarios y los requisitos medioambientales al nivel que se tienen en China o en cualquier otro paraíso maquilador, perderemos competitividad, la STyPS ha fungido como el brazo ejecutor de una política antiobrerista que casa muy bien con el estigma de la derecha.
    Para un presidente como Felipe Calderón, que llegó a Los Pinos con la promesa de meter al país al primer mundo sin menoscabo en la calidad de vida de los mexicanos, el reclamo de sindicatos que reivindican los logros del Estado revolucionario, suena como un molesto recordatario de quienes, a unos cuantos meses de resuelta la elección presidencial de 2006, pregonaron: “¡estábamos mejor con López Obrador!”