martes, 28 de agosto de 2012

Los juegos del hambre



Los precios de los alimentos se han disparado más de 200 por ciento en el sexenio de Felipe Calderón. No solo el huevo ha triplicado su precio; el azúcar y la harina también se han encarecido drásticamente. En cambio, el salario mínimo ha aumentado 28 por ciento. Los bolsillos de los mexicanos sangran
28 agosto 2012 | Paulina Villegas | reporte índigo
Si tu familia está compuesta por cuatro miembros y tu ingreso mensual es de alrededor de tres salarios mínimos -unos 5 mil 600 pesos-, muy apenas podrás comprar una canasta básica de alimentos.

Con una ración diaria por persona de dos a tres huevos, seis tortillas, 250 gramos de pollo o carne, porciones de arroz y frijoles, algunas galletas y un vaso de leche, se agotaría tu sueldo, que equivale al ingreso promedio que perciben los mexicanos cada mes.

En 2008, según cifras del Coneval, el número de personas en situación de pobreza alimentaria era de 21 millones
De 2006 a 2011, el maíz llegó a costar hasta 300 dólares por tonelada, una cifra sin precedente
En el sexenio de Felipe Calderón, los precios de algunos alimentos básicos se han triplicado. Es el caso del huevo, el azúcar y hasta los frijoles. En contraste, el salario mínimo solo ha subido 28 por ciento.

Es como una versión mexicana de los juegos del hambre. En este caso, las familias cada vez pueden comprar menos alimentos y tienen que volverse creativas para hacer que sus ingresos alcancen para lo básico.

En 2006, con menos se compraba más.

Hace seis años, con tres salarios mínimos, que eran unos 4 mil 380 pesos, se podía pagar una canasta básica similar a la actual, y hasta sobraban mil 316 pesos.

Los datos duros

En diciembre de 2006, un salario mínimo alcanzaba para comprar 3.7 kilos de huevo; el de ahora solamente rinde para 1.8 kilos. En el caso de la tortilla, se podían adquirir 8.1 kilos, ahora nada más 5.1 kilos.

Por lo que respecta al frijol bayo, el salario mínimo vigente no es suficiente para comprar ni siquiera la mitad de lo que se podía adquirir en 2006. Hace seis años, era posible comprar 4.6 kilos; hoy los consumidores tienen que conformarse con 2.2 kilos. 

Con el pan, el azúcar, el pollo, la carne y la leche sucede algo similar. 

El problema es grave porque afecta a quienes menos tienen, que constituyen la mayoría de la población.

Seis de cada 10 mexicanos viven con 5 mil 600 pesos mensuales (tres salarios mínimos), lo cual los ubica debajo de la línea de pobreza. Y son ellos quienes destinan hasta 44 por ciento de su ingreso para comprar los alimentos básicos. 

Son 67 millones de personas que se han visto forzadas a eliminar productos de la canasta básica. O, en el mejor de los casos, a comprar lo mismo, pero en menor cantidad.

Este hecho parecía irrelevante hasta la semana pasada, cuando se desató la crisis del huevo. Después de adoptar diversas medidas de contención, Felipe Calderón anunció el viernes 24 de agosto que destinaría 3 mil millones de pesos para apoyar a los productores de huevo. 

Y al procurador federal de Protección al Consumidor, Bernardo Altamirano, se le ocurrió calmar los ánimos proponiendo una canasta inteligente de productos “adecuados para los mexicanos”, la cual evidentemente no incluye el huevo porque el kilo cuesta 40 pesos. 

El Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) informó que la canasta básica costaba 805 pesos en 2006, y para finales de 2011 ya estaba en mil 67 pesos, un alza de 32 por ciento.

A esto hay que agregar el incremento registrado en lo que va del año, que en junio se ubicó en 8.5 por ciento. 

Los hechos ahí están, los números también. Pero surgen varias preguntas: ¿Por qué subieron tanto los precios de los alimentos básicos? ¿Lo pudo haber evitado el gobierno de Calderón? ¿Qué instrumentos tiene la administración actual para resolver la crisis alimentaria?

Analicemos.

Una guerra que se perdió

Apenas un mes después de tomar posesión como presidente y declarar la guerra al narco, Felipe Calderón fue sorprendido por otro enemigo. 

El 6 de enero de 2007 estalló la crisis de la tortilla. En algunos mercados del país, su precio se disparó de 6 a 15 pesos por kilo. 

Aunque desde las postrimerías del gobierno de Vicente Fox surgieron las primeras señales de que la tortilla se podría encarecer, nadie prestó atención. Y el problema le estalló en las manos a Calderón.

El secretario de Economía del nuevo gabinete, Eduardo Sojo –hoy director de Inegi–, tuvo que salir a dar la cara el 9 de enero en su primera conferencia de prensa. 

“El aumento de la tortilla tiene que ver con el aumento del precio del maíz; tiene que ver con asuntos coyunturales, como cuestiones de transporte, aunque eso se va a resolver en los próximos meses”, dijo.

Y aunque se implantaron medidas que paliaron la crisis, el gobierno no ha podido encontrar una solución de fondo. 

En 2008, según cifras del Coneval, el número de pobres en situación de pobreza alimentaria era de 21 millones de personas. Una cifra alarmante si se considera que durante el gobierno de Fox, 12 millones de mexicanos ingresaron a las filas de la pobreza. 

La sequía

El pasado 17 de agosto, el portal del Banco Mundial México publicó un artículo escrito por Williem Janssen y Svetlana Edmeades, quienes hablan de las amenazas que se ciernen sobre México debido a la sequía que padece Estados Unidos.

Y a medida que sube el precio de los alimentos básicos –por tercera vez en cinco años–, también aumenta la inquietud en torno a la seguridad alimentaria. 

Los autores del artículo plantean tres preguntas: ¿Por qué ocurre esto? ¿Cómo afecta a América Latina y el Caribe? ¿Qué deberíamos hacer?

Y apuntan que la sequía es una de las principales causas del problema. 

“La actual sequía en EE. UU. es la peor en más de 50 años. El Departamento de Agricultura (USDA) indicó en julio que apenas el 31 por ciento de la cosecha de maíz se encontraba en un estado de bueno a excelente. 

“La soja se enfrenta a una situación similar, dado que los pronósticos climáticos ofrecen pocas posibilidades de que la situación se revierta. Asimismo, la situación de la cosecha de trigo europea –especialmente en Rusia y Kazajistán– también comienza a preocupar”.

Como resultado, indica el estudio, los precios a futuro de estos cereales han estado aumentando de manera sostenida, y el mercado se ha vuelto más volátil. El precio del maíz ha permanecido por encima de 8 dólares por fanega (314.96 dólares por tonelada), mientras que el del trigo alcanzó 9.50 dólares por fanega (349.04 dólares por tonelada).

Desde 2005, el mundo enfrenta un dramático aumento del precio de numerosos productos agropecuarios básicos, y “la variabilidad en el precio internacional de los cereales se duplicó respecto a los precios anteriores a 2005”, agrega el artículo. 

Esta crisis mundial le pega más a México que a otros países. Lo que cuesta trabajo entender y aceptar es que el golpe más fuerte sea el incremento del precio del maíz, que es un producto netamente mexicano.

Dependencia alimentaria

“México se alimenta de tortilla. Las tortillas están hechas de maíz. Y con los precios del maíz y otros alimentos básicos aumentando a nivel global, México tiene que encontrar maneras para abordar las incertidumbres generadas por la volatilidad en los mercados y los fenómenos naturales”, señala un estudio presentado por Pamela Cox, vicepresidenta regional del Banco Mundial para América Latina y el Caribe.

Y es que México es una de las economías más abiertas a la importación de productos básicos como maíz y trigo.

¿Por qué el país de origen del maíz se ha convertido en el segundo importador de este producto a nivel mundial? 

¿Por qué México dejó de ser autosuficiente en la producción de maíz?

Carlos Salinas lo cuenta así en su libro “México, un Paso Difícil hacia la Modernidad”: “El 4 de septiembre analizamos el gabinete económico la inclusión de productos agropecuarios en el TLC. Históricamente se había comprobado que en el mundo, los sectores agropecuarios eran los más resistentes a la liberalización comercial. México no fue la excepción”.

Para entonces, ya se perfilaban las razones para modificar el Artículo 27 constitucional, que norma las actividades y las relaciones de propiedad del campo. 

Salinas asegura que el momento y los hechos habían demostrado que esa reforma era impostergable si realmente se buscaba promover la justicia en el campo. 

La presión de Estados Unidos era muy clara: era necesario que México se abriera a la importación de maíz y frijol; si no lo hacía, los norteamericanos se negarían a incluir en el tratado la apertura de sus productos hortícolas. 

Por esta razón se propuso que el maíz y el frijol fueran incorporados a la lista, aunque “alargando al máximo el periodo de transición”.

El entonces secretario de la Reforma Agraria, Víctor Cervera Pacheco, condicionó su aceptación a que se destinaran recursos suficientes “bien orientados y permanentes durante esa transición.

“Si nos íbamos a insertar en la economía internacional, la agricultura no podía quedarse afuera”, fue el argumento del gobierno salinista para importar trigo, maíz y soya.

“Pero el sector rural requería atención y apoyo decidido, sobre todo porque después de 50 años de protección estatal, había registrado avances importantes, pero mostraba una debacle social y económica de dimensión extraordinaria”, escribió Salinas en su libro. 

Con o sin el tratado, el campo mexicano requería una reforma a fondo. Y el TLC era el medio para su ejecución pronta y eficaz.

“Habría que precisar ritmos y acciones concretas y otorgar a los campesinos mexicanos apoyos directos, tal y como los norteamericanos y canadienses lo hacían con sus agricultores”, señala el ex presidente Carlos Salinas.

Y en 2003, se creó Procampo, cuyo propósito era entregar 100 dólares por hectárea a los campesinos que produjeran maíz y otras semillas.

El libro cuenta que el entonces subsecretario de Agricultura, Luis Téllez, argumentaba que para realizar esa apertura, se requerían obras de infraestructura en más de 4 millones de hectáreas.

“En aquellas tierras donde no fuera posible resolver los problemas del minifundio y la baja calidad de la tierra, había que construir una red social de protección que se tradujera en acciones de salud, educación y alimentación”.

El entonces secretario de agricultura, Carlos Hank González, opinaba que lo mejor sería dejar fuera el maíz, ya que era un cultivo poco rentable para la mitad de los campesinos de México. 

Su razonamiento era que al dejarlos sin otras opciones para obtener ingresos, las familias y los productores permanecerían en condiciones miserables.

Jaime Serra Puche reaccionó astutamente diciendo que habría que negociarlo, pero en el seno del TLC, para obtener mayores beneficios de la apertura estadounidense con respecto a productos agropecuarios atractivos para México. 

Finalmente, el 17 de noviembre de 1993, la Cámara de Representantes de Estados Unidos aprobó el Tratado de Libre Comercio. Con el maíz y el frijol incluidos. 

Catorce años después de la firma del tratado con Canadá y Estados Unidos, los resultados no han sido los esperados: México se volvió importador de granos alimentarios.

Y a esto se suma la carestía. El precio del kilo de tortillas ha aumentado 730 por ciento de 1995 a la fecha.

Maíz de oro

México es el cuarto productor de maíz en el mundo. El primero es Estados Unidos, con 40 por ciento de la producción total; le sigue China con 19 por ciento, Brasil con 6 por ciento y México con 3 por ciento, según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). 

De ese mínimo porcentaje, las exportaciones mexicanas de maíz blanco son insignificantes, y prácticamente están dirigidas a países de Centroamérica. 

Pero el aumento de los precios del maíz, el trigo y el frijol responde a factores internos y externos de las naciones que los producen. 

Por una parte, hay menos capacidad de producción de maíz en todo el mundo porque los campos están agotados y el cambio climático tiene un efecto negativo en los cultivos. 

Esta situación, aunada al aumento de la población y a la demanda exponencial de los países en desarrollo, como China –tanto para su consumo como para la producción de combustibles–, hacen que los precios se disparen.

Hoy, obligado por sus propias leyes, el principal productor de maíz tiene que destinar casi la mitad de su producción a la fabricación de combustibles orgánicos, como el etanol, para contrarrestar el impacto al medio ambiente y sustituir la dependencia del país del petróleo crudo y la gasolina. 

Ante la falta de oferta y el aumento de la demanda, el precio del maíz se ha ido a las nubes, y las naciones importadoras de este grano son las más afectadas.

Otros factores de encarecimiento son la subinversión agrícola y el lento crecimiento de esta industria con respecto al alza de la demanda.

En 2006, México entró en un estado de vulnerabilidad e inseguridad alimentaria porque dependía de las importaciones para abastecer a la población de los tres granos que componen la base de la pirámide alimenticia.

El país importa 75 por ciento del arroz que se consume en el mercado doméstico. En el caso del maíz, ese indicador es de 25 por ciento, y para el trigo es de 42 por ciento. 

De 2006 a 2011, el maíz llegó a costar hasta 300 dólares por tonelada, una cifra sin precedente.

Y parece que la tendencia llegó para quedarse, pero no solo para el maíz. En las últimas dos semanas, el pan blanco y el pan dulce subieron 25 por ciento debido al encarecimiento del huevo y el trigo. 

La solución no es fácil. Se necesita una política económica-agropecuaria que genere cambios radicales. La importación de cantidades históricas de maíz, medida que anunció el gobierno estadounidense a principios de este mes, sirve únicamente como paliativo. 

Y aunque México ya informó que comprará a Estados Unidos un millón 516 mil toneladas de maíz para satisfacer la demanda doméstica de 2012 y 2013, el problema subsiste. 

Lo que se necesita es crear una bolsa mexicana de alimentos y un inventario de reservas para garantizar la seguridad alimentaria de la población a largo plazo. 

Considerando el consumo individual, el precio de la canasta básica subió de 522 pesos en febrero de 2011, a 564 pesos en enero del presente año. 

Crisis mundial

Durante los últimos seis años, millones de mexicanos estuvieron más preocupados por poner comida en la mesa, que por la captura de narcotraficantes.

El punto de quiebre se dio entre 2007 y 2008, cuando los precios internacionales de los alimentos básicos aumentaron 54 por ciento.

La hambruna azotó a países pobres como Somalia, Zambia y Zimbabue. Y la inestabilidad política y social hizo crisis en muchos otros. México no está exento de este escenario.

Inclusive, el país más rico del mundo, cuando estaba gobernado por George W. Bush, pidió 770 millones de dólares para paliar el alza de los alimentos.

Y según el Banco de México, entre 2006 y 2008, los mexicanos padecieron un encarecimiento sin precedente de los alimentos básicos: pollo (25.3 por ciento), huevo (21.8 por ciento), aceite (54 por ciento), tortilla y derivados del maíz (18 por ciento).

En ese entonces, el presidente Caderón reaccionó congelando los precios de 150 alimentos básicos hasta diciembre de 2008. 

El mandatario buscaba frenar la inflación, que estaba por rebasar el máximo alcanzado en 2004, por eso firmó un acuerdo con la Confederación de Cámaras Industriales (Concamin). 

En 2007 ordenó cerrar un par de tortillerías porque no anunciaban su precio de venta al público y tenían básculas alteradas. También informó que permitiría la importación de maíz blanco sin arancel.

No era una acción estratégica, sino el cumplimiento del TLC. 

En 2008 quiso aliviar la crisis con tres medidas: eliminar los impuestos a la importación de alimentos básicos, otorgar un subsidio adicional de 120 pesos a las familias que dependían de programas sociales y ofrecer créditos preferenciales a los pequeños agricultores. 

Luis Gómez-Olivier, consultor internacional de la FAO, dice que estos mecanismos de intervención, si bien dan cierto alivio de corto plazo a las poblaciones más vulnerables, “resultan insuficientes para evitar el deterioro de las condiciones de seguridad alimentaria de una mayoría poblacional”. 

Cada día, una de cada siete personas del mundo se va a dormir con hambre. 

Es el dato que arroja un estudio del Banco Mundial, documento que revela que el mundo está más hambriento, es más pobre, sufre de cambios climáticos y tiene una agricultura ineficiente, mercados cerrados y alimentos más caros.

La situación mundial es alarmante. México no está solo, pero sí tiene una condición especialmente desfavorable. 

Y a pesar de que Agustín Carstens, gobernador del Banco de México, ya aseguró que los precios de los alimentos bajarán a fines de este año, todo indica que no será así, ya que de julio de 2011 al mismo mes de 2012, el encarecimiento de los productos agropecuarios básicos fue de 12.81 por ciento.

El virtual presidente electo, Enrique Peña Nieto, no tendrá más opción que poner una espada en el cuello del jinete del hambre, priorizar la seguridad alimentaria, atacar de manera frontal la carestía de los alimentos y, claro, aprenderse los precios de la tortilla, la leche, los frijoles y el huevo.

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