domingo, 11 de noviembre de 2012

La derecha contra los trabajadores


Arnaldo Córdova 
En el asunto de la reforma laboral, Enrique Peña Nieto se destapó, sin medios términos, como lo que es: un sostenedor servil de los intereses de las clases patronales y como un verdugo de los trabajadores. Cuando se pensaba que la oposición panista en el Senado se había decidido por sostener su postura a favor de la democracia sindical y el PRI se mostraba reacio a aceptar esa posición, intervino el futuro mandatario priísta, con un brusco manotazo en la mesa, para imponer entre sus huestes la decisión de sacar avante la reforma tal y como se había acordado previamente en la Cámara de Diputados.
Los trabajadores, finalmente, resultan derrotados en dos frentes.

Por un lado, en sus condiciones de trabajo, que ahora se reducen y se precarizan más todavía con las opciones patronales de pago por horas, flexibilización de la jornada de trabajo, despidos rápidos y sin defensa alguna, y esa especie de contratación de ganado humano que es la subcontratación (outsourcing). Mientras que, por otro lado, por lo menos los que están sindicalizados, seguirán dependiendo de líderes sindicales charros; si van a huelga, se deberá resolver en el término de un año, porque más adelante no podrán devengar salarios caídos; no podrán elegir a esos mismos dirigentes con voto secreto ni podrán enterarse de lo que contienen los contratos colectivos que aquéllos firmen.

La derecha panista y priísta, que es la que cuenta, se ayuntó en todo y los diputados de los partidos de izquierda ni las manos metieron. Los panistas, a diferencia de sus congéneres del Senado, acogieron con los brazos abiertos la exigencia de Enrique Peña Nieto de que la reforma saliera a como diera lugar y echaron nuevamente marcha atrás en lo relativo a la democracia sindical y a la rendición de cuentas de los dirigentes sindicales. El futuro mandatario priísta no desperdició un solo instante y, de inmediato, luego del envío de la minuta del Senado a la colegisladora, se reunió con sus líderes parlamentarios y los obligó a plegarse a su deseo de que saliera la reforma. Fue ridícula la postura de Manlio Fabio Beltrones, que en un par de días, luego de echar bravuconadas al aire, tuvo que confesar en público que su jefe le exigía que se aprobara la reforma.

El propio Beltrones dio pábulo a diversas especulaciones antes de que se sometiera a la decisión terminante de su jefe. Dijo, por ejemplo, que la reforma como había sido aprobada en el Senado no pasaría en la Cámara de Diputados y que, al final, ya en el gobierno, Enrique Peña Nieto tendría su reforma. Eso quería decir que la reforma sería congelada en esa Cámara. Pero luego se dijo y Beltrones no lo desmintió que, en todo caso, Peña Nieto dejaría que el trabajo sucio de la aprobación de esa reforma tan absurda se la dejaría a Calderón y al PAN. Con ello quería darse a entender, también, que la reforma sería aprobada de todas maneras.

A los panistas debió haberles parecido la gran concesión que, a su parecer, estaban haciendo los priístas y fue tal su contento que sus mismos senadores se abstuvieron, una vez hecho el trabajo en su Cámara, de cabildear a favor de la minuta del Senado. Con tal de que la reforma saliera, estaban dispuestos a echar marcha atrás. Hace unos días, Gustavo Madero lo dijo en todos sus términos: el PAN formaría una alianza con el PRI para sacar adelante la reforma. Ellos debieron haber pensado que las exigencias de democracia sindical y rendición de cuentas de los líderes sindicales, después de todo, nada tenían que ver con sus intereses inmediatos ni con los intereses de Calderón.

Acusarlos de traidores o de rajones no tiene ningún sentido. Sería olvidar que el PAN representa la extrema derecha de la política mexicana. No quedaron contentos con las modificaciones que se hicieron a los artículos referentes a las condiciones de trabajo y se vio en el Senado que aceptaron la propuesta de redacción que el PRD, por conducto de Alejandra Barrales, propuso al artículo 388 bis, relativo a la elección de los trabajadores del sindicato de su preferencia y al derecho de los mismos a conocer previamente el contenido del contrato colectivo de trabajo, sólo porque ese partido amenazó con romper la alianza si no se aceptaba. Eso, en el fondo, a los panistas les importaba un bledo.

Resalta también la actitud de los legisladores de los partidos de izquierda en ambas cámaras. Con unas cuantas excepciones, su actitud fue de condescendencia con la derecha priísta y panista, de apatía general sobre los graves problemas que se estaban ventilando y de una especie de importamadrismo de lo que pudiera venir. Sus votos, en lo general, sólo tendían a avalar lo que los legisladores derechistas estaban cocinando. Hasta en eso fueron guiados por los panistas, que también votaban en lo general y luego se reservaban un particular campo de batalla con los priístas al reservarse ciertos artículos (como los relativos a la transparencia y la autonomía sindicales) en los que los perredistas y sus aliados les acompañaban.

Los argumentos de los priístas, por otra parte, al refutar los términos de la minuta del Senado en algunos casos son de antología. Beltrones se sacó de la manga la idea de que dar a los trabajadores el derecho de conocer el contenido de los contratos previamente a su aprobación, era ponerlos “a subasta” y anular el derecho de huelga. También fue suya la opinión de que la elección por voto secreto y universal de las dirigencias sindicales era “autoritaria”, pues hay otras maneras de elección, por ejemplo la elección indirecta (elección obscura de delegados que luego elegirán a los dirigentes). Todo con la intención de mantener a los trabajadores alejados del conocimiento y la aprobación de sus condiciones de trabajo y de la elección de quienes serán sus líderes.

Y todavía el líder priísta de la Cámara de Diputados se alcanzó la desvergüenza de declarar: “En el PRI existe voluntad política para alcanzar acuerdos en los que todos coincidamos en lo que más le conviene al país y estamos muy cerca de lograrlo”. Según él, la reforma sirve al país y, sobre todo, le da estabilidad laboral. “Es lo que hemos procurado –agregó– desde que recibimos la iniciativa preferente del presidente Calderón, que sufrió cerca de 400 modificaciones para perfeccionarla y darle a México este instrumento de modernidad con estabilidad” (La Jornada, 8.XI.2012).

Para quien todavía dude de que hay una alianza estratégica entre el PRI y el PAN, aparte de sus satélites, aquí tendrá una nueva confirmación. Por mucho que difieran en detalles o en asuntos secundarios, priístas y panistas van de la mano en una estrategia derechista de largo plazo con los mismos objetivos. Y no cabe duda de que van por todo lo que esa estrategia implica: no sólo la reforma laboral; sigue en la lista la reforma energética y, tal vez al mismo tiempo, la reforma fiscal. Ahí los veremos juntos y sosteniendo las mismas posiciones. Que haya todavía alguien como los dirigentes perredistas que creen en las alianzas con el PAN, no sabe en qué país vive.

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