Una esquizofrenia galopante inunda a la sociedad mexicana. En un acto milimétricamente calculado, Enrique Peña Nieto asume erráticamente el poder, tratando de avasallarnos mediáticamente con una certeza que es contradicha en las calles por la sangre de jóvenes inconformes, indignados hasta el extremo de la violencia como arma de reivindicación. ¿Cuál es la respuesta de la clase política?: Pactos sospechosísimos, negación de la protesta y descalificaciones altisonantes.
Los detenidos de ayer en el DF, así como en otras partes del país, no son grupos intolerantes e irracionales, sino que expresan la frustración de un gran número de mexicanos que consideramos que las pasadas elecciones fueron irregulares e incluso ilegítimas. Descalificarlos a priori es más provocador que sus acciones del día de ayer.
Es responsabilidad de los nuevos funcionarios públicos garantizar el clima de paz social que han prometido. Ello implica convencer de los llamados a la unidad con una generosidad que no sólo parezca el hurto de estrategias y operadores políticos.
El divorcio de la sociedad con la clase política empezó en pleito. No olviden que el artículo 39 constitucional señala que el pueblo tiene en todo momento el inalienable derecho de modificar la forma de su gobierno, por lo que no se pueden desacreditar tan fácilmente estas expresiones sociales, especialmente en momentos tan simbólicos para nuestra Nación.
Quetzalcóatl G. Fontanot
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