Fernando Camacho y Emir Olivares
Periódico La Jornada
Jueves 6 de diciembre de 2012, p. 10
En las manifestaciones del pasado primero de diciembre contra la toma de posesión de Enrique Peña Nieto no bastaba mantenerse ajeno a los actos de vandalismo para evitar ser detenido. Al menos así lo narran personas que –literalmente– no rompieron ni un vidrio, pero de todas maneras fueron aprehendidas y luego puestas en libertad por falta de pruebas.
Uno de dichos casos de detención arbitrariaes el de Alejandro Orozco Hidalgo, ayudante de maestro en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), quien acudió a la movilización del pasado sábado sin saber que iba a pasar más de 30 horas detenido en los separos.
Luego de atestiguar la destrucción de escaparates, semáforos, cámaras de vigilancia y cajeros automáticos por toda avenida Juárez hasta llegar a la Glorieta de Colón, el estudiante de doctorado en filosofía en la Universidad de París 8 dio la vuelta sobre la calle Ignacio Ramírez, para ir al Monumento a la Revolución, cuando se encontró con un grupo de policías que le cerró el paso.
Uno de los agentes le cortó el escape al derribarlo de una patada en la rodilla –lo que le provocó una herida en el codo al momento de caer–, y ya en suelo le advirtió:
tú nos las vas a pagar, ya te cargó la chingada.
Luego de interrogarlo sin advertirle que lo que dijera podría ser tomado como una declaración, los policías le informaron que estaba acusado por el cargo de
ataques a la paz pública, considerado grave, aunque finalmente fue puesto en libertad la mañana del lunes 3 de diciembre por falta de pruebas.
La acusación era totalmente falsa. Ese día nunca tomé una sola piedra, pero decían que yo había participado en la destrucción de una patrulla y me habían detenido en la esquina de Juárez y Balderas, cuando en realidad estaba en Ignacio Ramírez. Además, el policía que nos acusaba decía poder reconocer plenamente a un grupo de 50 personas, como si tuviera memoria de Robocop, señaló.
Al estar detenido, recordó el estudiante, notó que había muchos casos más de detención arbitraria, como el de Rosa María Vargas, aprehendida sólo por reclamar a los policías su forma de actuar; José Darli Gómez, quien había ido esa tarde al Centro Histórico para comprar dos celulares, y un bolero ambulante que fue detenido al acercarse a ver la marcha por curiosidad.
Tenemos luz verde y nos vale lo que digan. Tal era la respuesta de los policías capitalinos a quienes les reclamaban su aprehensión, luego de las trifulcas suscitadas el primero de diciembre. Así lo relatan varios de los liberados el lunes, después de que no se les pudiera comprobar responsabilidad alguna en los hechos.
Guadalupe Castillo, profesora de la Preparatoria 7 de la UNAM, y su hija Fernanda Preciado Castillo, estudiante de literatura dramática y teatro en la Facultad de Filosofía y Letras de esa casa de estudios, fueron detenidas junto con más de 25 jóvenes en la esquina de Filomeno Mata y 5 de Mayo.
La docente narra que tras casi dos días de retención en la agencia 50 del Ministerio Público, la madrugada del lunes, uno a uno de los detenidos fue conducido ante personal de la PGJDF con la intención de que hicieran su declaración sin la presencia de abogados.
“Era una trampa. Primero nos pasaron al médico legista y posteriormente nos llevaban ante un hombre que estaba sentado en una computadora y su argumento era que deseaban verificar datos como nuestros nombres, dirección, etcétera, y aseguraban que no se trataba de una declaración.
“En mi caso –y después pudimos ver que fue a todos– este sujeto me preguntó si quería relatar lo que había pasado el sábado. No acepté y señalé que no hablaría hasta que no estuviera presente mi abogado. El hombre me dijo:
¿Entonces se reserva su derecho a declarar?Yo respondí que entonces sí se trataba de una declaración.”
Sin embargo, recuerda Castillo, muchos de los jóvenes sí detallaron lo que vieron y vivieron el sábado,
y muchos de ellos son quienes ahora están consignados.
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