25 febrero 2012 | Martín Hernández Alcántara | la jornada de oriente
Bastaron sólo seis minutos con Felipe de Jesús Calderón Hinojosa al micrófono para que el salón del Centro Expositor y de Convenciones de Puebla fuera desalojado casi por completo por los seis mil voluntarios y voluntarias que asistieron a la 45 Convención Nacional de la Cruz Roja Mexicana.
Desde que el maestro de ceremonias inició la ronda de agradecimientos, médicos, enfermeras, camilleros, socorristas y choferes comenzaron a abandonar a cuenta gotas el recinto y prosiguieron a ese ritmo cuando tocó el turno al presidente nacional del organismo, Daniel Goñi Díaz; a su homólogo de la Federación Internacional de Sociedades de la Cruz Roja y la Media Luna Roja, Tadateru Nonóe, y al anfitrión, el gobernador Rafael Moreno Valle.
No obstante, cuando al titular del Poder Ejecutivo federal le correspondió pronunciar su discurso, la salida de los asistentes al acto inaugural se aceleró.
Felipe Calderón Hinojosa inició su arenga prácticamente gritando: “¡Muy buenas tardes, amigas y amigos de la Cruz Roja, cómo están!, ¡qué gusto saludarles!, ¡felicidades!
Lo que siguió fue el típico discurso en el que el Primer Magistrado de la Nación suele ensalzar, desgañitándose, las virtudes de una institución noble como la Cruz Roja, para luego aprovechar y hablar bien de los logros de su administración.
Si el presidente se dio o no cuenta de que la mayor parte de los comensales se iban rápidamente es un misterio.
Tal vez no pudo verlos, a pesar del barullo que generó su desocupación, porque el templete desde el que él hablaba estaba a la misma altura de otro colocado a unos 15 metros de distancia en el que los organizadores ubicaron a fotoperiodistas y camarógrafos de televisión. Por si eso fuera poco, entre el mandatario y los reporteros de la imagen mediaban decenas de personas –entre 50 y 70–, la mayoría “invitados especiales” que permanecieron de pie, cerca de sus mesas, para escuchar parados al presidente.
Terminado el acto, algunos periodistas se quejaron de que los invitados que se incorporaron no les permitieron tener buenas tomas de Felipe Calderón, porque no fueron pocas las veces que les obstruyeron la vista. Es de suponer que, del lado contrario, al presidente le pudieron obstaculizar el panorama el grupo de escuchas y los periodistas.
De hecho, ese grupo de personas de pie resaltó porque conformó casi la mitad de los invitados que atendieron por completo el discurso presidencial. En pocas palabras, de 6 mil invitados, sólo entre 150 y 200 a lo sumo se quedaron a oír lo que dijo Calderón. El resto del recinto lució vacío y sólo destacaba la presencia de algunos funcionarios y los meseros.
Fue tal el desorden que imperó en el acto inaugural, que varios reporteros durante los discursos de los oradores no pudieron escuchar nada y hubo algunos que incluso mantuvieron todo el tiempo la vista en el flanco opuesto al templete donde estaba el presidente, confundiéndolo con otra persona.
Paradójicamente, Calderón Hinojosa al principio de su arenga hizo mención de una condicionante del acto que poco más tarde hizo evidente el desaire involuntario que sufrió:
“Hoy, en esta multitudinaria Asamblea, que como ha dicho Daniel Goñi, rompe el récord mundial, como la Asamblea de Cruz Roja más concurrida que se recuerde; yo quiero decirles, a nombre de todos los mexicanos, una sola palabra, y que esa palabra es: gracias”.
Por impuntual
Cierto es que no es la primera vez que Felipe Calderón pasa tragos amargos en actos públicos; en 2010 la madre de un joven asesinado en Ciudad Juárez lo increpó de una manera estremecedora; jóvenes estudiantes lo han repudiado también acusándolo de espurio o criticando su guerra contra el narcotráfico.
Sin embargo, no hay registro de que en un acto masivo como el que este jueves se efectuó en el Centro Expositor y de Convenciones de Puebla la mayoría de la gente –asistieron seis mil voluntarios y voluntarias según dio a conocer la Cruz Roja en días previos a la inauguración– mostrara nulo interés a lo que el presidente quería decirles, abandonando el auditorio.
Lo más curioso de este caso es que el desaire inferido a Calderón no tuvo ninguna motivación política o de inconformidad sino que fue simple, puro, llano y espontaneo desdén.
Al filo de las 11:20 de la mañana, periodistas enviados a cubrir los actos de Calderón en Tetela de Ocampo y Cuetzalan del Progreso difundieron en sus cuentas personales de Twitter que el presidente ya no llegaría a la inauguración de la 45 Convención Nacional de la Cruz Roja Mexicana.
Entre los reporteros que estaban en la capital poblana se difundió la especie de que, desde la medianoche del miércoles, responsables de giras y protocolos de la presidencia de la República se comunicaron con funcionarios de la Cruz Roja Mexicana para gestionar que la inauguración de la convención, que estaba programada a las 14 horas, se pasara a las 4 de la tarde, porque al mandatario le había surgido un “acto importante”.
Ese “acto importante”, aseguraron las fuentes que este rumor difundieron, fue la reunión privada que Calderón tuvo con banqueros, en la que sugirió que Josefina Vázquez Mota, la candidata a sucederlo por su partido, Acción Nacional, estaba sólo a 4 puntos de distancia del priista Enrique Peña Nieto, lo cual generó una grave polémica entre los partidos de oposición.
Supuestamente los organizadores de la Cruz Roja le respondieron a Los Pinos que no podían correr la hora de la inauguración por la agenda de los invitados internacionales: Tadateru Konoé y los presidentes del organismo en Canadá y Suiza, entre otros.
Conforme lo programado, antes de las 13:30 horas ya había centenas de voluntarios en los pasillos del Centro Expositor y de Convenciones, pero como las puertas de acceso al salón donde se les ofreció una comida estaban cerradas, expresaron su malestar con silbidos que causaron tal estruendo, que por un momento semejaron la silbatina que suele ejecutar una ruda fanaticada al principio de un concierto de rock.
Apenas habían pasado unos minutos de las 14 horas cuando se despacharon las viandas. Calderón arribó pasadas las 15:40, con un séquito que prácticamente tuvo que saltar por las bandas de restricción porque los organizadores no hallaban la manera de acomodarlos en las mesas reservadas.
A las 15:45 la mayoría de los comensales ya habían dado cuenta del menú y empezaba a salir. Cerca de las 16 horas, el Primer Magistrado inició su arenga, pero la gente se marchó.
Así, más tardó el presidente en llegar que en irse, pues si tuvo una hora y media de demora, el acto con todos los discursos no superó los 20 minutos de duración, incluyendo su arenga de sólo seis minutos.
Finalizado su discurso, el primer mandatario todavía tuvo que esperar antes de salir, porque la aglomeración que se produjo en los pasillos del Centro de Convenciones no pudo ser franqueada rápidamente ni siquiera por el Estado Mayor Presidencial.
Afuera, los fotoperiodistas que cubren habitualmente la fuente policiaca hacían bromas con lo sucedido: “a Calderón le hicieron un 6, 21 y 14”, exclamó un informador de la imagen, particularmente audaz. ¿Qué quiere decir eso?, le preguntó quien esto escribe y el colega respondió: “son las claves que se utilizan en los cuerpos de socorro: 6 quiere decir retirada, 21 quiere decir comida y 14 muerto”. En pocas palabras, abundó: “los de la Cruz Roja se retiraron después de comer porque Calderón es un presidente políticamente muerto”.
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