domingo, 3 de febrero de 2013

La defensa del petróleo


Epigmenio Ibarra milenio

Escribo mientras los deudos reciben la confirmación de la muerte de sus familiares, continúan las labores de rescate de los atrapados, se atiende a los heridos y los efectivos de las fuerzas federales mantienen un cerco en torno a la Torre de Pemex. Nada firme se sabe aún sobre lo que provocó el estallido.

En la sociedad mexicana, crispada, dividida, a merced del trabajo corrosivo de la tv y sin confianza alguna en instituciones que se desmoronan y que carecen por completo de credibilidad, esta explosión detona una avalancha de rumores.
Dudé por momentos —y para no seguir esa turbulenta correntada de especulaciones— si debía escribir este texto. Al final decidí seguir adelante. La defensa del petróleo es, entre las muchas tareas patrióticas pendientes, la más urgente, la más prioritaria.
Si por algo compraron Enrique Peña Nieto y sus socios la Presidencia fue para terminar de rematar los pocos bienes nacionales que aún quedan en manos del Estado.
Comenzaron la tarea de desmantelamiento de la nación, porque de eso se trata, con Salinas de Gortari, hace más de 20 años. No han podido terminarla, pero tienen la decisión y el compromiso de hacerlo cuanto antes.
Les falló el PAN, no pudo, o más bien no supo, hacer todo el trabajo sucio que tenía encomendado desde los tiempos de las concertacesiones de Diego Fernández de Cevallos.
No fue, sin embargo, la falta de voluntad de Vicente Fox y Felipe Calderón lo que les impidió cumplir con la tarea; fue su ineptitud la que no les permitió sumar, a sus muchas traiciones, la de la privatización de Pemex.
Redondo hubiera sido el éxito del PRI si, de nuevo en el poder, les tocara solo “administrar el éxito” resultado de unas reformas con cuyo peso histórico cargaran los panistas.
Será de ellos ahora la traición. Les tocará, si se los permitimos, entregar el petróleo.
Hace ya décadas que comenzaron la tarea de zapa dentro de Pemex.
Hace ya décadas que funcionarios venales, dentro y fuera de la paraestatal, han venido haciendo negocios amasando, a costa de la factura petrolera, enormes fortunas.
Hace ya décadas que la corrupta dirigencia sindical, con la tolerancia y la colaboración de los gobiernos federales del PRI y el PAN, roba a manos llenas.
Hace ya décadas que, uno tras otro, se suceden los accidentes y sabotajes en las instalaciones petroleras a lo ancho y largo del país.
Hace ya décadas que los particulares, nacionales y extranjeros, burlando la ley, aprovechándose de los resquicios en la misma, han convertido a Pemex en botín.
Hoy esto no les basta. Vienen por todo.
Han desfondado a Pemex, la han saboteado, desacreditado, pervertido con la única finalidad de facilitar su venta.
Años llevamos escuchando de la ineficiencia de la paraestatal.
Años llevan preparando el terreno para que la gente, mansamente, acepte que el Estado se deshaga de ese elefante blanco. No ha sido infructuosa su labor.
Años llevan financiando, con los ingresos del petróleo, su ineficiencia y corrupción en todas las áreas de la administración pública y años llevan diciéndole al contribuyente que es Pemex la que pierde dinero.
Hoy, desgraciadamente, millones de mexicanos, crédulos, desmemoriados, “apantallados” por el discurso oficial y los centenares de miles de spots, podrían sentirse aliviados si Pemex se privatiza.
Estoy convencido de que solo con la promesa de culminar este proceso de demolición consiguieron vencer las resistencias de sus socios y patrocinadores en las últimas elecciones.
Estoy convencido de que solo a cambio del enorme botín que representa la privatización de la empresa petrolera recibieron los miles de millones de dólares con los que, ilegalmente, financiaron la campaña de Enrique Peña Nieto.
Sobre la mesa, como prenda en empeño, pusieron a Pemex.
Natural hubiera resultado que el PAN, nacido precisamente para enfrentar el proyecto de nación de Lázaro Cárdenas, se encargara de la tarea de vender el petróleo.
A los priistas, que se dicen herederos y defensores de ese proyecto, les toca ahora quitarse la careta y ensuciarse las manos.
Deben ahora terminar de negar su propio pasado, reformar sus estatutos y aceitar y acelerar con plata, privilegios y plomo —en su momento y si es necesario— los mecanismos de acuerdo con la oposición necesarios para reformar la Constitución.
De eso se trata ese tal “pacto por México”. De allanar el camino al proceso de desmantelamiento de la nación; de consumar la entrega de la misma a los intereses de las grandes corporaciones.
Nada extraña que los panistas lo hubieran firmado. Nada, tampoco, que un grupo de dirigentes de la “izquierda” también se sumara.
Los primeros no hacen sino reafirmar su pasado. Los segundos, negando su pasado, solo apuestan a comprarse con esa firma un futuro dentro del aparato.
Falta saber si nosotros, los millones de ciudadanos que no olvidamos los agravios sufridos, que no nos resignamos a seguirlos sufriendo, les consentimos entregar el petróleo.
Falta saber si, en un gesto suicida, consentimos que, lo que debiera ser uno de los principales detonadores de progreso y bienestar, se venda al mejor postor.

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